El juego de las muñecas rusas de la inferioridad española y mexicana
- César A. Gabriel
- 20 jul 2017
- 6 Min. de lectura
La Escuela de Traductores de Toledo es el viso testimonio de la herencia multicultural que contiene España: cristianos, judíos y musulmanes tuvieron convergencia durante muchos años en aquella región de La Mancha que, casi cuatro siglos después, fuera el punto de partida de uno de los personajes más sarcásticos y cachetada con guante blanco que la historia caballeresca y romántica castellana pudiera haber aportado al mundo: El Quijote.
Está claro que hay españoles que no saben, o no les interesa ni siquiera saber sobre el agradecimiento histórico al que se deben. Menos que su cultura actual se debe, fundamentalmente, a aquellas traducciones mozárabes. Incluso el dato curioso que pocos hablantes del español sabemos: “Tan bien fue pensada la estrategia del reino de Castilla de la Mancha, que se terminó ganando la batalla con la difusión del castellano”, asegura la doctora Teresa Miaja de la Peña, gran hispanista dedicada a la época medieval y a los siglos de oro, exprofesora mía.
Y es que es, quien leyera hoy el Cantar del mío Cid, pareciera que no han pasado esos cinco siglos. Las peleas y grescas por ganar territorios o exigir autonomía, son casi las mismas que en el año 1200. Tal pareciera que 99% de castellanohablantes no es suficiente para razonar el sentido de unidad por el que tendrían incluso aquellos que siguen defendiendo a tantos centenarios, que el catalán, el euskera, el gallego y el aragonés sean los protagonistas de la región corresponde; con las implicaciones de independencia política, económica… que ellas contraen. Principalmente los primeros.
Y ahí empieza el meollo. Aún hay gran cantidad de catalanes y vascos que pelean por querer ser una nación propia. No es de a gratis EL PAÍS Vasco. Están esas dos principales comunidades que aún son renuentes a una unidad. Inconscientemente están infravalorados y por tanto inferiores a quienes los “reprimen”. A su vez, en ciudades más neutras como la capital española, el discurso de inferioridad europea se hace constante. Saben que dependen de países como Alemania o Francia para arrancar sus motores. Sin ellos no hacen mucho. No por ello en 2011 pedían a gritos el rescate a sus bancos desde la Unión Europea. Incluso, según datos mostrados a inicios de 2017, España obtiene el 72% de la energía que consumen e importan, diferencia de 20 puntos porcentuales con respecto a los demás países de la UE.
La situación en México
Atravesamos el Atlántico y nos encontramos con un México cultural e idiomáticamente más unido. Muchos se ríen de cuando se rumoreó que Chiapas, estado del sur, quería su independencia. De ahí no pasó. Somos el país con mayor número de hispanohablantes a nivel mundial, según el Instituto Cervantes en su informe 2016 El español: una legua viva.
En contraparte, ya desde el siglo XX, un grupo de pensadores como Antonio Caso, José Vasconcelos, Jorge Cuesta, Samuel Ramos, Rodolfo Usigli, Luis Villoro, José Revueltas, Carlos Fuentes, Carlos Monsiváis, Roger Bartra, (aún vivo) y desde luego, el mismísimo Octavio Paz, observaron con preocupación el complejo de inferioridad del mexicano.
Estos escritores, principalmente filósofos y periodistas, supieron leer los tiempos actuales, los pasados y los futuros. Todos narran, en un enfoque u otro, cómo tras ser conquistados, esencialmente primero por españoles y después por franceses (actualmente por Estados Unidos), vendimos hasta el alma porque éstos se sintieran como en su casa, muy parte de nuestra nata cultura; primer síntoma del complejo de inferioridad: “hay que servir al de ‘arriba’ para que se sienta como en su casa”.
Aquellas observaciones que Samuel Ramos concluyó en su Psicología del mexicano como sentimiento de inferioridad: del mexicano indígena al de clase baja, de clase baja al de la media, de la media al de la alta, del de la alta al extranjero…; decanta en una mala y triste imitación de lo estadounidense y lo europeo, la heredada servidumbre colonial, ¡ojo! Hasta el tono de la piel como determinante para conseguir un mejor empleo: el Instituto Nacional de Estadística en México (INEGI) publicó este 2017 un estudio sobre la percepción de los habitantes del país de su tono de piel y la relación de éste con su educación y empleo. En efecto, quien es más moreno, posee menos educación, tiene un peor trabajo que los güeros (blancos).
Lo preocupante: en España la situación va por la misma línea.
De tópicos a tópicos
Mientras que en México es sutil que el color de piel determina el trato que cada uno va a tener ante determinadas circunstancias, en España es más visible, sólo que con la riqueza que nuestro idioma nos dio: los tópicos vueltos eufemismos y a su vez juegos de palabras.
El mismo Huffpost ha hablado de ellos: critican desde su mala pronunciación generalizada para el inglés, disfrazada de “castellanizar” la lengua; pasando por el hecho de que les encanta la fiesta y se la viven así. Son bastante escandalosos al hablar, son impuntuales, cambiarían un debate sobre el futuro de su economía por un partido de futbol; hasta las más regionales: los del sur (Andalucía) son tontos e ignorantes; los catalanes tacaños. Los vascos son cerrados. El problema viene cuando ellos mismos se lo creen y verdaderamente convierten esos tópicos en praxis.
Muchas veces se burlan de los extranjeros, principalmente europeos. Se enojan si alguien los contradice. Ellos siempre deben tener la razón. Se enfadan por las políticas europeas que sólo beneficia al país que tomó la decisión, pero que ellos no hacen nada por mejorar su situación. Sólo hablan, pero no actúan.
De esta manera, es perceptible y unificador el concepto del tiempo mítico que introduce Octavio Paz en su Laberinto de la soledad. Aplica tanto en México como en España:
“El solitario mexicano [y español] ama las fiestas y las reuniones públicas. Todo es ocasión para reunirse. Cualquier pretexto es bueno para interrumpir la marcha del tiempo y celebrar con festejos y ceremonias hombres y acontecimientos. Somos un pueblo ritual. Y esta tendencia beneficia a nuestra imaginación tanto como a nuestra sensibilidad, siempre afinadas y despiertas. El arte de la fiesta, envilecido en casi todas partes, se conserva intacto entre nosotros.
“Nuestro calendario está poblado de fiestas. Ciertos días, lo mismo en los lugarejos más apartados que en las grandes ciudades, el país entero reza, grita, come, se emborracha”.
El también poeta introduce el concepto de “tiempo mítico” para referir de qué manera abandonamos nuestra realidad para pasar a aquel tiempo en el que seremos “libres” y “felices”. El tiempo del olvido siempre será mejor para dejar a un lado aquella realidad que nos aqueja. Nos abandonamos a nosotros mismos.
Jugando a las muñecas rusas
Con esta amalgama, queda claro que España y México estamos más que unidos. Y no sólo por la cuestión castellana, menos por la sanguínea y hereditaria. Tampoco por lo monumental.
Contamos con una educación cultural que nos encadena uno detrás de otro. Pero hacia abajo, por desgracia.
Los indígenas mexicanos se creen inferiores a los “mexicanos citadinos”. Los citadinos a los de la clase alta. Los de la case alta a los poderosos. Los que tienen el poder a los extranjeros: con dos marcadas vertientes, estadounidenses y europeos, en principio españoles.
Los españoles del sur, principalmente, se creen inferiores a los “citadinos”. Los citadinos a los ricos. Los ricos a los poderosos. Los poderosos a los europeos de la “gran liga”.
En ambos casos, “así nos han educado”. No por algo en México cuando nos hablan decimos “mande”. Y en España, los del sur, hablan de “ustedes” y no de “vosotros”.
Y a estas dos superficies de las muñecas rusas, mexicanas y españolas, las une un mismo criterio. En el país azteca lo sabemos. En España bien lo ha marcado la periodista Julia Otero al hablar de la visita de los reyes españoles a Reino Unido, al recordar la situación del Peñón de Gibraltar (como si en nuestro país lo hicieran con el muro de Trump):
“Los españoles somos los únicos que negamos nuestra propia historia. Sólo basta ver que los hispanistas no son de aquí, son ingleses. Ellos saben más de nosotros que nosotros mismos. España es el único imperio que ha comprado su propia leyenda negra”.
Así se entreteje el juego de las muñecas rusas frente a la inminente, innegable y tan tangible y dañina inferioridad española y mexicana.
Y no es que carezcamos de conocimiento sobre nuestra historia. Más bien nos falta conciencia histórica. Cuando eso pase, podríamos negarnos, aceptarnos. O bien, opinar como un ciudadano alemán de Radio y Televisión Española contestó cuando se le preguntaba sobre los procesos históricos de Berlín: “Quizás a veces hubiera sido mejor para nosotros, los alemanes, haber tenido menos historia. Pero no podemos elegirla”.
La pregunta es: ¿será que por eso nosotros nos adelantamos y mejor preferimos “desconocela”?

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