Persiguiendo los rastros de la Guerra Civil por Madrid
- Romina Ducca Prego
- 20 jul 2017
- 4 Min. de lectura
La historia de Madrid puede respirarse en cada rincón de la ciudad. Parques, calles, museos, glorietas, palacios, siempre tienen algo que contar. Sin embargo, la historia más reciente de la ciudad carece de indicativos que contribuyan a una memoria histórica activa. Así, la Guerra Civil que marcó a fuego al país, parece dejada al olvido en lugares donde ocurrieron hechos trascendentales para la vida democrática española.
Tres estructuras bruscas de cemento y piedra desentonan en el paisaje del Parque Oeste de Madrid, sobre la avenida Séneca, en una típica tarde calurosa de julio en la que se busca refugio en la naturaleza de la ciudad. Ninguna placa indica, ni al turista ni al ciudadano, qué son esas torres sin ventanas ni puertas que sólo tienen pequeñas entradas de aire en su parte superior, inalcanzables para quien quiera revisar qué se esconde allí dentro. Quienes visitan o se ejercitan diariamente allí, saben que es un elemento más del paisaje y hasta quizás sepan de qué se trata, o quizás no. Pero lo cierto es que no hay indicación alguna que guíe al transeúnte.

Continuando el camino del parque sobre la carretera de La Coruña, un arco de inmensas dimensiones se abre sobre los ojos de quien se acerca cada vez más hacia la estación de metro y autobuses Moncloa. Allí se comienzan a hilvanar las primeras puntadas de un recorrido con mucha historia, con una pesada herencia que pocas menciones tiene en el lugar: se trata del Arco de la Victoria, similar a las puertas de entrada que simbolizan a la ciudad (Alcalá, Toledo, San Vicente y de Hierro), pero que no cuenta con el mismo consenso y atributo de orgullo para todos los madrileños por igual, pues fue edificada en la década de los cincuenta para rendir homenaje a la entrada del ejército nacional sobre la capital española ante el fin de la Guerra Civil.
Con 42 metros de altura, sostiene a los cuatro caballos que llevan a Minerva, la diosa romana de la sabiduría, el arte y las técnicas de guerra. Hacia sus laterales, se leen las controvertidas frases en latín que rinden homenaje a los soldados nacionalistas -“A los ejércitos, aquí victoriosos/la inteligencia/que siempre es vencedora /dedico este monumento”- y al general Franco -“Fundado por la generosidad del Rey/restaurado por el Caudillo de los españoles/el templo de los estudios matritenses florece bajo la mirada de Dios”-. Nunca fue inaugurado oficialmente e incluso muchas organizaciones han pedido cambiar su nombre o, directamente, derribarlo. Sin muchas indicaciones del monumento, cualquier turista toma fotos de un arco envuelto en una fuerte polémica.

Algunos metros atrás del arco, se encuentra en edificio del Ejército del Aire, lugar que desde finales del siglo XIX hasta la postguerra civil fue una cárcel. Allí, se cometieron ejecuciones ilegales de muchos presos políticos y militares que apoyaban al bando nacionalista. Hasta el lugar que cualquier persona puede acceder, ninguna placa recuerda aquellos negros días.

El camino que traza una parte de la historia de Madrid sigue en dirección a la Ciudad Universitaria, para así poder entender qué son aquellas construcciones confusas del parque. Ése recorrido llega hasta la Universidad Complutense donde se instaló una de las trincheras de la Defensa de Madrid ante el levantamiento militar del 18 de julio de 1936 y que se prolongó por tres años en una Guerra Civil, icónica por donde se la mire.
En el complejo universitario las milicias de la II República sentaron sus bases dentro de la Facultad de Filosofía y Letras, uno de los primeros edificios del campus que este año celebra sus 90 años, y también en los edificios de Medicina, Odontología, Farmacia y Agronomía que en esos momentos no estaban terminados pero que sirvieron de trincheras. Por el río Manzanares, a través del Parque Oeste y la Casa de Campo, avanzaban los nacionalistas.
La Batalla de Ciudad Universitaria fue un capítulo muy importante en la Defensa de Madrid. Sus edificios vivieron en carne propia aquella contienda que comenzó el 15 de noviembre de 1936 hasta el 23, aunque este frente de guerra continuó hasta el final de la Guerra Civil en 1939, con la resistencia miliciana desde los edificios que hoy tantos estudiantes transitan. Muchas de estas facultades debieron ser reconstruidas, como la de Filosofía y Letras, edificio que albergó a las Brigadas Internacionales, aquellas organizaciones militares que contaban con jóvenes voluntarios que provenían de distintos lugares del mundo a luchar por la República. Otros, como los de Medicina y Farmacia, tienen aún hoy las marcas de la guerra: centenares de agujeros revisten sus paredes externas. Son las balas que recuerdan que allí algo pasó aunque muchos de ellos, sobre todo en las columnas, hayan sido rellenados. Ningún cartel así lo indica, sino la historia que cuentan de boca en boca profesores, alumnos y entendidos. Los tesoros de muchas de las bibliotecas de esas facultades se perdieron entre bombas, balas, cuerpos y escombros.


Nuevamente la historia regresa al lugar de partida, hacia aquellas misteriosas estructuras cilíndricas escondidas entre los árboles del Parque Oeste. Más por curiosidad que por una consigna de memoria histórica, se sabe que aquellos fueron reductos construidos en el fragor de la guerra por el bando nacionalista y delimita hasta donde llegaron sus tropas sobre la ciudad de Madrid hasta la rendición del coronel Casado.
Nidos de ametralladoras y fortines de guerra que continúan allí silenciosos, olvidados y perdidos en el tiempo. Muchas vidas quedaron truncadas en esas tierras y en esa batalla, a la que le siguieron muchos años de dictadura franquista. Sin embargo, no hay nada que así nos los diga ni los recuerde. La memoria histórica es la conciencia que cada pueblo debe tener frente a los errores del pasado, para recordar, para enseñar y para poder decir “nunca más”.
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